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Camino Santiago, cantar y yantar

Navarra, Burgos, León, Galicia… cada etapa de la ruta es una nueva oportunidad para hacer un descubrimiento gastronómico y recuperar las fuerzas alrededor de la buena...
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Navarra, Burgos, León, Galicia… cada etapa de la ruta es una nueva oportunidad para hacer un descubrimiento gastronómico y recuperar las fuerzas alrededor de la buena mesa. 

Una menestra recién arrancada de la tierra pone a los peregrinos a tono con las raíces navarras

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Dicen que hay tantos caminos de Santiago como caminantes. La idea inicial (la medieval) era salir de la puerta de casa y hacer una peregrinación hasta la tumba del Apóstol Santiago para conseguir beneficios en la otra vida. Se creó el Camino del Norte, por la costa atlántica; la Vía de la Plata, que atraviesa Extremadura, o el Camino Portugués, que parte de Lisboa. El que ha quedado como canónico es el Camino Francés, que sale de Saint Jean Pied de Port para atravesar la meseta castellana y concluir en Santiago de Compostela. Son 940 kilómetros que se completan en unas 40 etapas. Los motivos para andar también han cambiado, y aunque el impulso religioso y espiritual siga siendo la columna vertebral de la ruta, los peregrinos también quieren hacer deporte, turismo o amigos. De los 300.000 caminantes que llegaron a Compostela el año pasado, todo un récord, tres de cada cuatro eligieron el Camino Francés. Todos los peregrinos se van a encontrar alrededor de la mesa. La cosa empieza a animarse gracias a la huerta navarra que compartirá memorias con hitos del Camino como la colegiata de Santa María de Roncesvalles o la propia Pamplona y sus murallas. Aquí, una menestra recién arrancada de la tierra pone a los peregrinos a tono con sus raíces. Los productos hortofrutícolas acompañan todo el Camino, pero los navarros se recuerdan como las primeras delicias del Camino. La Catedral del Salvador de Santo Domingo de la Calzada (donde está la gallina que cantó después de asada), la iglesia de Santiago de Logroño o la calle del Laurel y sus tapas forman parte del encanto riojano en las siguientes etapas.
 

Los vinos de Rioja se piden en las mesas, se enfrían en los ríos o se cargan en la mochila para marcar las etapas del día

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Los peregrinos caminan de mañana y dejan para la comida el momento en que adelgazar de mochila, dar de respirar a los pies y comer y beber con ganas. Es la hora también de los vinos de Rioja, una tentación que se pide en las mesas, se enfría en los ríos o se carga en la mochila para marcar las etapas del día con un traguito reconstituyente. Nada más entrar en Castilla y León por Burgos, ya empiezan a olerse los asados (de lechazo, particularmente) y la morcilla local de arroz, que ningún peregrino va a dejar de probar. Los caminantes se juntan alrededor de la Catedral y en su paseo frente a las murallas, pero animan aún más el Santuario de San Juan de Ortega. De Burgos se pasa a Palencia, donde espera una menestra diferente, la palentina, para la que se rebozan las verduras una a una. Muchos peregrinos cruzan Palencia como si fuera un trámite llano, solo animado por hitos como la iglesia de Santiago Apóstol de Carrión de los Condes. Otros, aprecian de una manera espiritual la belleza desnuda de los campos amarillos y los pueblos pequeños en los que la vida va a un ritmo distinto, al de las estaciones y las cosechas. Al entrar en León ese tono se mantiene, solo que entre paisajes verdes y viñedos. Los puntos de interés aquí son mucho más evidentes: la iglesia de San Lorenzo de Sahagún, el puente medieval de Puente Villarente, donde los caballeros andantes que protegían a los peregrinos organizaban justas, o la Astorga de Gaudí, con el Palacio Episcopal como asombroso faro de caminantes. Al pasar por la capital, el peregrino se asusta un poco con el tráfico y las multitudes tras tantos días pisando campo, pero, a cambio, se encuentra con una ciudad muy jacobea, con una catedral y un Parador prodigiosos y un Barrio Húmedo donde ahogar las agujetas con chatos de vino y muchas tapas de regalo. Como en León se cruzan El Bierzo y la Maragatería, no hay caminante que se resista a probar los vinos bercianos o el cocido maragato. La llegada a Galicia siempre es una explosión sentimental que solo conoce el peregrino que ha estado sufriendo y gozando, ambulando y manducando durante muchos días y por muchos caminos. Los bosques resultan mágicos, las iglesias desprenden melancolía, como el Monasterio de la Magdalena de Sarria o Santa María en Melide, y las aldeas están llenas de autenticidad. El pulpo es, de las obligaciones del peregrino, la más agradable, y se acompaña con vinos fresquitos y ligeros, queso de Arzúa o tarta de Santiago.
 

El pulpo es, de las obligaciones del peregrino, la más agradable, y se acompaña con vinos frescos y ligeros

La llegada a Santiago es el gran acontecimiento del peregrino que cada uno vive a su manera, aunque casi todos visitan la Catedral por delante (la fachada cincelada por el Maestro Mateo) y por detrás (la plaza Platerías, con su fuente de los cuatro caballos). Luego ya cada cual elige la callejuela o el bar enxebre (auténtico) del casco antiguo por el que perderse reflexionando sobre todo lo que se ha vivido.
 

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