Pedir al carnicero que retire las costillas dejando la carne en un trozo limpio sin hueso. Retirar bien la grasa. Marinar durante 2 horas en una mezcla elaborada con el ajo, las especias y 100 ml de aceite. Diluir la gelatina en un cazo con 400 ml de agua caliente. Apartar del fuego, añadir la miel y mezclar. Dejar enfriar y verter en una fuente, en una capa fina. Cortar el queso manchego en láminas finas y distribuirlas sobre la gelatina. Refrigerar durante 6 horas. Calentar el resto del aceite y sellar la carne -atarla antes con hilo de bramante-. Ponerla en una fuente de horno con el jugo de la maceración y asarla a 180ºC durante 15 minutos. Retirar, reservar la salsa, envolver la carne en papel de aluminio y dejar enfriar. Ya fría, cortar la carne en rodajas no muy finas. Repartir las rodajas en cuatro platos y rociarlas con los jugos de la cocción colados. Recortar la gelatina en cuatro círculos, algo más pequeños que los platos, y cubrir la carne con ella. Servir frío.
Nota. El queso manchego se puede sustituir por queso gouda, pero si se prefiere un sabor más suave, cualquier queso suizo hará una buena labor en esta receta.
MÁGICA
La miel tiene propiedades antisépticas, calmantes, diuréticas, laxantes... Además, mezclada con limón, actúa contra la fiebre y alivia las irritaciones de garganta.
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