La historia comenzó a escribirse en 1860, cuando James Bertolone, el bisabuelo de los actuales responsables de Vecchio Mulino, abrió su horno de panadería en la aldea de Pino Torinese, donde elaboraba unos deliciosos colines que, poco a poco, empezaron a conocerse más allá de las fronteras de este pequeño pueblo del Piamonte. La familia, como el negocio, fue creciendo y extendiéndose hasta llegar a nuestros días.

Hoy, los bisnietos de Bertolone continúan con la tradición familiar, trabajando de la  misma manera que aprendieron de su antepasado, mimando y cuidando la materia prima con la que elaboran sus exquisitas lingues di suocera (lenguas de suegra), panecillos crujientes, sutiles y delicadamente fi nos, cocidos en horno de leña.

COMPLEMENTO INDISPENSABLE

Con sus variedades artesanales, Vecchio Mulino ha convertido al sencillo palito de pan en ese sabroso detalle que no puede faltar en cualquier comida. Además, la sabiduría de tres generaciones ha servido para aumentar la gama de sabores, comercializando linguettes con romero y con sal marina. Dos expresiones de sabor de la más pura dieta mediterránea.

Cuentan las crónicas que el panadero turinés Antonio Brunero inventó, en el siglo XVII, los colines (o gherssin). Brunero fue llamado por el duque de Saboya, junto a varios prohombres y ganaderos de la ciudad, para que elaborara un pan bueno, sano y bien cocido para alimentar a su hijo enfermo. Para ello, contó con la ayuda del doctor Teobaldo Pecchio Lanzo, y gracias a estos panes, muy fi nos y crujientes, que fueron el plato principal de su dieta durante una larga temporada, el niño recuperó la salud y se convirtió en Vittorio Emanuele II.