Gramona está tan apegada a la tierra como la filoxera, la maldita plaga que devastó los viñedos franceses y de gran parte de Europa a mediados del siglo XIX. En aquellos tiempos, Pau Batlle, hijo de un bodeguero y agricultor que trabajaba los viñedos de una familia en la Plana, en el valle del río Noia, se puso a vender vinos a sus vecinos galos, productores de espumosos. Con el tiempo, él mismo aprendió a afinar los vinos con la uva xarel.lo como base y creó su propia bodega, Celler Batlle, para lo cual compró las tierras en las que había trabajado su padre. Se dio ese lujazo. Años después, la boda de la hija de Batlle con Bartolomé Gramona, hijo del entonces presidente del Gremio de Taberneros de Barcelona, supondría la unión de dos sagas del vino en una, la que ya se inició a principios del siglo XX con la marca Gramona en el mundo del espumoso. Ese apellido, Gramona, es el que hoy lucen con orgullo y responsabilidad Jaume, enólogo concienzudo y curioso, y su primo Xavier, analista y pensador.
Los dos viven volcados en la elaboración de unos cavas que nacen y crecen en la región del Alt Penedés, a 30 kilómetros al sur de Barcelona. Allí los veranos son calurosos y secos y los inviernos moderados, sobe todo porque los viñedos gozan de la protección al norte de la majestuosa montaña de Montserrat. Las condiciones ideales para elaborar un espumoso digno de estar en la mesa de los mejores del mundo. Para ello siguen con_ ando en la variedad xarel·lo como columna vertebral de sus prestigiosos cavas. Pero hay otras cosas que han cambiado en las _ ncas de La Plana, Font Jui, Mas Escorpí o La Solana, que componen Gramona. Cuando Jaume y Xavier concluyeron que el monocultivo, la agricultura intensiva y el uso de productos químicos estaban agotando la tierra, buscaron alternativas. “Hace dos generaciones los viñedos duraban 100 años. Ahora sobreviven 25 o 30 años. Por eso hay que replantearse qué viticultura queremos hacer”, asegura Jaume Gramona.
Desde hace dos décadas trabajan desde los preceptos de la agrología, disciplina que se basa en la minuciosa observación y tratamiento de los factores que influyen en nuestra tierra y su hábitat. Apostaron así por los cultivos ecológicos, tratados sin abonos ni pesticidas de síntesis química (fungicidas, insecticidas, herbicidas…). “Hay un poco de lío entre los vinos naturales y los que proceden de una viticultura integrada, vinos ecológicos, vinos biodinámicos… Un vino orgánico es lo mismo que uno ecológico y lo mismo que uno biológico. Lo que pasa es que en Francia lo llaman biológico, en América del Sur lo llaman orgánico y en España, ecológico”, explica sacando su vena más académica. Y de lo ecológico pasaron en 2014 a la biodinámica, una especie de ciencia propia de druidas que, entre otras cosas, pretende despertar el terroir estableciendo con él la misma relación que tenían nuestros antepasados, prescindiendo de sustancias químicas y mirando más a los ciclos solares y lunares que a los plaguicidas. “La biodinámica es dejar menos residuos en los suelos, menos herbicidas y residuos químicos; es dejar crecer esas plantas como seres más resistentes. En lugar de tomar antibióticos cuando enfermamos, es simplemente intentar cuidarnos para estar un poco más sanos, haciendo un poco de ejercicio, cuidándonos. Las viñas son como nosotros: con un poco de ejercicio y sin estrés están mucho más sanas”, argumenta.
¿Y cómo se hace eso en viticultura? Retrocediendo en el tiempo y convirtiendo el viñedo –“solo cinco hectáreas de momento, porque hay que aprender”– en un entorno autosuficiente. “Hemos creado un recinto, la Granja, en el que tenemos caballos de tiro que usamos en lugar de tractores, 12 vacas y un toro. Tenemos ovejas, y con la cáscara de los huevos de nuestras gallinas hacemos un preparado que llamamos María _ un y echamos a la tierra. Para mantener esas gallinas vivas necesito dos perros, dos mastines españoles que las protegen esas gallinas… Así, las plantas y los animales ganan en riqueza cuando están juntos”. Las primeras botellas de Gramona elaboradas bajo el certi_ cado de biodinámica ya duermen en sus cavas, envejeciendo con la misma paciencia que debemos tener los consumidores. Quedan al menos cuatro años para que se pueda descorchar la primera. Cuando llegue ese momento estarán, por supuesto, en el Club del Gourmet.
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