En el corazón de la Denominación de Origen se elabora uno de los mejores vinos de la comarca, Cunqueiro. Visitamos la bodega.
Cuando una familia bodeguera llega a una tercera generación dedicada a su pasión, ese linaje suele ser sinónimo de experiencia y buen hacer. El río Miño, omnipresente, se encarga de recordar a diario a los Cunqueiro que no hay marcha atrás. Se asoman al centenario en un momento en el que Ribeiro, retirando poco a poco sus mates imágenes de antaño, ha recuperado los brillos, en consonancia con sus raíces y su historia.
La renovada propuesta de esta casa bebe hoy de su acertado trabajo previo en la viña y disfruta de la claridad con la que se ve el horizonte. La suma los sitúa en una privilegiada posición, aprovechando lo mejor de los dos perfiles que conviven en el Ribeiro: la bodega más convencional, y el colleiteiro o pequeño productor que, precisamente por su tamaño, puede mimar uvas, innovar y, aún hoy, sorprender.
Diez hectáreas de viñedo propio y el fruto de otros viticultores vecinos permiten a Cunqueiro situarse en torno a las 500.000 botellas: un volumen capaz de atender un mercado generalista cada vez más exigente, pero también de añadir chispas de originalidad.
El abuelo, Severino Fernández, sentó las bases y legó su apodo. Cunqueiro, en gallego, es “quien hace o vende cuncas” (tazas típicas para beber este vino en Galicia). Él las llenaba. Arrancó en los años veinte del siglo pasado. Aquella era una bodega de la que salía el vino en pipas (barricas) con destino a la hostelería. Tardaron en llegar las botellas. “De haber tenido los gestores adecuados, con visión para orientar al productor, hoy Ribeiro tendría que ser la Borgoña española”, lamenta César Fernández, director comercial de esta bodega que es pura tradición familiar. Se sienten orgullosos de ello y lo exhiben.
A Benigno y Cesáreo, los hijos del fundador, ocupados en defender y hacer crecer la firma, no se les ocurrió programar la educación de sus cuatro vástagos. No lo hubieran hecho mejor.
“Cada uno de nosotros estudió lo que quiso. Nadie nos marcó el camino”, enfatiza César, quien, como su primo Severino, optó por Ciencias Empresariales, mientras Iván y Óscar decidieron formarse como ingeniero agrónomo y enólogo, respectivamente. Forman el equipo perfecto para recoger el testigo del trabajo que en los años ochenta desarrollaron sus padres, a quienes tocó subir entonces al carro de la renovación. De aquella época son las plantaciones y la ruptura con el pasado, la inevitable apuesta por las marcas y un discreto pero orgulloso asomo a la zona alta de la vinoteca con su Cunqueiro III Millenium.
La dispersión de la propiedad, el característico minifundio del interior de Galicia, tiene aquí un doble efecto. Atender el viñedo es más caro, pero permite resultados singulares, como Cunqueiro El Primero, un tinto ya afinado para salir desde Prado de Miño y exhibir la personalidad del sousón, el brancellao, la caíño y la mencía, nobles y escasas variedades que han encontrado en su viña Cuqueira –de igual nombre que uno de sus vinos– el entorno perfecto, aunque hostil, para dar lo mejor.
“Cuanto más sufre la planta, mejor va a resultar el vino”, apunta César Fernández, convencido de que llegar a la cima exige sacrificios y limitar rendimientos es uno de ellos. La treixadura es cepa de referencia para los ribeiros, pero cuando aquí quisieron distinguirse con monovarietales, en la botella de Mais de Cunqueiro, sabían que sus fortalezas eran otras. Las uvas godello y torrontés han sido sus apuestas, aunque su viticultura sea más exigente. Y costosa. Óscar, el enólogo, lo tiene claro: “El viñedo resulta fundamental. En la bodega seguimos procedimientos tradicionales, que completamos con tres o cuatro meses en barrica de roble francés, sobre lías, para afinar esos vinos que queremos convertir en bandera”, resume. Máis de Cunqueiro se sirve por tanto de los varietales godello y torrontés, pero se trata de una bendita excepción. La base está en Cunqueiro Tercer Millenium y en Cunqueiro, los blancos en los que, aquí sí, manda la treixadura, aunque permeable a las aportaciones de albariño, godello, loureira y torrontés. Los ribeiros son así, cada uno con su perfil, diferente al del vecino. Es una de sus grandezas.
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