Cuando llega la temporada estival nuestras preferencias en el consumo de vino cambian. Si en invierno optamos por vinos tintos con más cuerpo, en los meses de verano nuestras apetencias van, sin duda, por otro lado. Si en cuestiones alimenticias nuestra dieta se aligera y consumimos muchos platos fríos, ¿cómo no va a ir el vino en consonancia con este cambio?
A los vinos en verano le pedimos ligereza, liviandad y frescor, que acompañen muy bien nuestros platos, y que nos sirvan para tomar una copa en distintos momentos del día.
Teniendo en cuenta que el consumo de vino tinto anual en España ronda los 123 millones de botellas, de blanco los 48 millones y de rosado alcanza los 11 millones, no nos queda más que constatar que, digan lo que digan, en verano el vino tinto sigue siendo el rey. Pero lo tomamos con algunas diferencias respecto a los meses de más frío. Por ejemplo, le bajamos la temperatura. Si en invierno lo tomamos entre 14º-16º, en verano procuramos bajarle un par de grados. Porque nos lo pide el cuerpo, con lo cual, no te cortes a la hora de usar cubitera con el tinto si es necesario, de este modo podrás ir regulando su temperatura para que en ningún momento acabe convertido en un caldo.
Por otro lado, está la cuestión del cuerpo, y en verano nos gustan ligeros. En absoluto la ligereza en un vino le resta calidad, puedes tomar un vino ligero que sea una auténtica joya.
En líneas generales, la ligereza en un tinto la dan algunas variedades de uva, la crianza en recipientes no cálidos como las ánforas o el acero, y la maceración en frío.
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Se beben a una temperatura de 6º y además son ligeros. Si no eres un fanático del tinto, el verano es un momento ideal para refrescar tus papilas gustativas con este tipo de vinos. Combinan muy bien con los platos veraniegos, y tienen una graduación algo inferior.
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