Cuentaviñas, el vuelo libre de Eduardo Eguren

Cuentaviñas es el nombre de la bodega con la que Eduardo Eguren ha decidido volar en solitario. Quinta generación de viticultores y bodegueros, apegado al terruño de San Vicente de la Sonsierra (Rioja Alavesa), el viñedo ha sido para Eguren casi un patio de colegio donde ha aprendido todo, o casi, de sus antepasados. Con una pequeña colección de viñedo viejo heredado de su abuelo, Eduardo Eguren lidera el personalísimo proyecto de Cuentaviñas, donde habla de parcela, de terroir, de respeto y, también, de cómo haber salido de casa expandió unos horizontes que ahora multiplican su vino.

Quizá la inquietud vaya impresa en el apellido Eguren, convertido en saga de pioneros del vino. Lo cierto es que en Eduardo Eguren se mantiene ese gen que, tras la forja en la bodega familiar, terminó de modelarse en el Nuevo Mundo. Allí aprendió, sin dejar atrás la memoria, que hay técnicas que el viñedo pide.
“Reniego mucho de la viticultura de mínima intervención”, cuenta Eguren. “Yo hago una viticultura de máxima intervención manual, evitando fitosanitarios y abonados”. De los pequeños viñedos heredados del abuelo materno salen tanto Septeno como Los Yelsones, dos de sus etiquetas en Rioja Alavesa.
Tanto Septeno como Los Yelsones son puntas de lanza de la viticultura que respeta al suelo y a la viña, luego trasladados a un mismo cariño por la vinificación. “Siempre se trata de que expresemos al viñedo”, asegura Eguren. Septeno, por ejemplo, tiene ese inicio de maceración carbónica, con racimo entero, tan riojano, pero con una fermentación larguísima, dentro de la misma tina en el que se prensó.
Fresco, floral y vivaz, Septeno comparte cartel con Los Yelsones, otra expresión de la tempranillo de San Vicente, de suelos calcáreos que se plasma en mineralidad, largueza y expresividad para un vino que se convertirá en un imprescindible de la nueva ola que salpica Rioja. Un lujo al que echar el guante, sea para descorchar ya o para darse un capricho en una década.



