

La vista suele ser el primer sentido que entra en contacto con lo que vamos a comer (aunque a veces el olfato se le adelanta). Porque también comemos con los ojos. Antes de saborearlos, el aspecto, forma o tamaño de los alimentos nos aporta información muy útil sobre ellos y nos anima (o no) a probarlos. También su color.



El color de los alimentos naturales nos indica qué tipo de vitaminas y minerales aportan.


Su característico color procede de unos pigmentos hidrosolubles: las antocianinas conocidas por sus propiedades antioxidantes. Además estos alimentos suelen ser ricos en potasio, vitamina C, ácido fenólico o betanina, entre otros nutrientes.

El verde, mayoritario en el mundo vegetal, nos informa de un alto contenido en luteína, clorofila, magnesio, potasio, fibra y ácido fólico.

El naranja suele estar presente en los alimentos ricos en betacaroteno.

Mientras que las rojas suelen contener fitonutrientes como el licopeno y flavonoides, y minerales como el potasio y el selenio.


Para obtener todos y cada uno de los nutrientes que aportan los alimentos, nada mejor que un menú de variado colorido. La FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) aconseja no solo consumir frutas y verduras a diario, sino, además, tratar de que estas sean de diversos colores. La mejor forma de asegurarnos una ingesta equilibrada de vitaminas y minerales.







El color de un alimento puede resultar determinante a la hora de percibir su sabor.

Diversos estudios han demostrado que el amarillo y el naranja suelen asociarse a la acidez de los cítricos. Estos, a su vez, suelen relacionarse con una alimentación saludable, lo que predispone a consumir productos con estas tonalidades.

La presencia de colores como el azul, poco habitual en los alimentos naturales, podría resultar menos estimulante, a priori. Aunque productos como el queso azul y los arándanos demuestran que, aunque sean minoría, los alimentos azules también pueden resultar deliciosos.