5 señales que indican que ha llegado la hora de cambiar tus zapatillas de running

Mucho se habla y se especula con la durabilidad que ofrecen las zapatillas de running, pero la única certeza es que no se puede dar una respuesta concreta sobre el número de kilómetros que duran.
Por tanto, para saber cuándo ha llegado el momento de cambiar de zapatillas de running hay que fijarse en el desgaste que éstas presentan. A continuación detallamos 5 indicios que ayudarán a percibir que hay que empezar a pensar en nuestras siguientes zapatillas de running.
La sensación en el apoyo ya no es la misma
Ocurre en multitud de ocasiones que, aparentemente, nuestra zapatilla está perfecta y no se aprecia ninguna señal de desgaste. Pero cuando nos la calzamos y salimos a correr con ella, notamos que la sensación al correr ya no es la misma. La percibimos algo más dura que en sus primeros meses de vida. En este caso la zapatilla está envejeciendo desde dentro, es decir, los materiales de su mediasuela, encargados de la amortiguación y la comodidad, están perdiendo propiedades. Notarás que esta sensación de dureza se acrecenta con el paso de los kilómetros. Por la salud de nuestro pie y de nuestras articulaciones, es momento de ir pensando en cambiar de zapatilla.

El upper presenta roturas o agujeros
Es muy frecuente que una zapatilla rompa por el upper antes que por ninguna otra zona. El upper es la malla o tejido que recubre la parte superior del calzado (el empeine). Aunque cada vez más los fabricantes apuestan por materiales resistentes y flexibles, el desgaste natural de la propia zapatilla y los «golpes» del pie en cada zancada llevará, inevitablemente, a roer este material. Si bien no es un síntoma tan decisivo como el desgaste de la amortiguación que comentábamos en el apartado anterior, cuando se evidencien roturas o agujeros considerables en el upper sí hay que empezar a valorar comprar otra zapatilla.
El «collarín» se desprende poco a poco
Además del upper, una zapatilla de running suele ofrecer desgaste en la zona del collarín, es decir, en el almohadillado esponjoso que recubre toda la zona del tobillo y el talón. Con el propio paso del tiempo y la suma de kilómetros, el movimiento que el pie ejerce en esta zona a la hora de correr provoca un deterioro evidente de la espuma hasta que ésta empieza a rasgarse. A partir de ese instante, veremos como poco a poco diminutos trozos de «cojín» van cayendo día a día según la usemos. Si este desgaste supone además riesgo alto de rozaduras en esa zona del pie, lo mejor es estrenar zapatillas nuevas cuanto antes.

El sonido de la zapatilla es más duro y seco
Del mismo modo que antes apuntábamos a una sensación diferente a la hora de apoyar cuando la mediasuela pierde propiedades, el propio sonido que emite la zapatilla al golpear contra el suelo también cambia a medida que ésta se desgasta. Normalmente al principio las zapatillas son más "silenciosas", ya que los materiales tanto de la mediasuela como de la suela están nuevos, pero a medida que transcurren los entrenamientos y los kilómetros la zapatilla ofrece un sonido más duro y seco. Es otro síntoma invisible pero fácilmente detectable de que estamos ante los últimos días de ese calzado.
La zapatilla presenta deformaciones
Otro indicio de evidente desgaste en una zapatilla es su deformación. Cuando un calzado ya está alcanzando su límite de kilometraje notamos que va perdiendo su forma original. Es habitual observar que toda la puntera de la zapatilla se doble en exceso hacia arriba o que la horma se curva demasiado. Además, la zapatilla se vuelve muy rígida. Este proceso es paulatino y, lógicamente, no hay que desechar la zapatilla cuando pierda su estética pomposa de calzado nuevo, pero sí debemos estar atentos a cualidades como la flexibilidad de los materiales o deformaciones que son demasiado evidentes. Si llega el día en el que la zapatilla está «tiesa», sin falta alguna hay que cambiar de modelo inmediatamente.
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