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En el kilómetro 0 del albariño

Hay historias del mundo del vino que parecen sacadas de las páginas de Gabriel García Márquez o de Isabel Allende: puro realismo mágico. En el caso que nos ocupa, con acento gallego. En la bodega de Eladio Piñeiro, maestro Jedi del albariño que oficia en Vilagarcia de Arousa, se presentó en una ocasión un hombre que quería conocerle. Le dijo que quería agradecerle, a sus 77 años, algo que le había sucedido probando uno de sus vinos, el Frore de Carme. “Me dijo que con 15 años, su padre le trajo a Cambados a una taberna y probó un albariño que le marcó para siempre. Según él, no había vuelto a encontrarse algo parecido a aquel sabor hasta que se bebió una botella de Frore de Carme, más de 60 años después, en un restaurante de A Coruña. Lograr que alguien te cuente esto, agradecido y emocionado, es lo máximo que puedes conseguir cuando te dedicas a elaborar vino”, explica Piñeiro.
Todo ese recuerdo memorístico, en versión líquida y galaica, está detrás del proyecto vinícola (y vital) de Eladio Piñeiro. Tras revolucionar el mundo del albariño con Mar de Frades, su icónica botella azul y su barquito termocrómico, que solo se muestra cuando el vino está a la temperatura idónea para ser bebido, tuvo que hacer un parón obligado después de que su mujer cayera enferma. Ese fue el momento para Eladio de hacer borrón y cuenta nueva a la búsqueda de unos albariños “de vida larga y muy vivos, en contraposición con los jóvenes y afrutados que en ese momento copaban el mercado”.
UN PROYECTO MUY PERSONAL
Desde 2006, este chamán del albariño disfruta con creaciones como Frore de Carme y Envidiacochina. El primero es su vino “fetiche”, con el que que busca “el camino hacia el alma de cada persona a través de la elegancia de la uva albariño”. Es curioso, porque al revés de casi cualquier bodega, Piñeiro comenzó creando un vino de producción limitada como este, en lugar de uno pensado para elaborar a mayor escala. “Sinceramente, nunca pensé que fuera a elaborar ningún otro hasta que llegó Envidiacochina, que lleva un 15% de Frore de Carme y que es un vino con dos caras: es fresco y descarado, pero también complejo”. Piñeiro hace gala de una sinceridad desarmante. “En mi etapa anterior a Frore de Carmen, nunca me sentí orgulloso de mi trabajo como viticultor. Pienso que la moda es el escudo de los inseguros y lo que pretendo es nadar a contracorriente del gusto imperante, con vinos que cuenten una historia, que emocionen y que no se parezcan los unos a los otros”. Busca dejar huella a través de una viticultura muy próxima a la biodinámica, trabajando con fermentaciones espontáneas, jugando con los hollejos y con crianzas muy largas sobre lías: “Al fi nal, lo que consigo es esa acidez que hace que mis vinos posean una tremenda longevidad. Son vinos pensados para durar”.

ESCUCHAR AL TERRUÑO
La tierra manda: Piñeiro señala que “la autenticidad está en el paisaje” y considera que sus vinos, que pueden (¡deben!) ser consumidos años después de ser lanzados al mercado, con tinúan “hablando del lugar en que se elaboran, de la complejidad basada en la diversidad de las parcelas que, responden a la realidad minifundista gallega. Mi parcela más grande tiene una superficie de una hectárea escasa”, apostilla. El resto lo hace la conjunción de la mar y la montaña. Los vientos del norte aportan carácter a las viñas que tiene plantadas en la localidad de Teo, mientras que en las viñas situadas al lado del mar, “la influencia de la ría es tremenda”. Los suelos, degradados, también son importantes, capaces de “absorber esa salinidad y esos toques yodados de la mar”, explica Piñeiro. Para el bodeguero, la tierra “es un ser vivo” y, por eso, “hay que respetar los ciclos naturales”.
Incluso la recogida de la uva está marcada por ese respeto total hacia el suelo que pisa: “Si puedo, vendimio en marea baja y en día fruto, con la luna en cuarto menguante”. Para seguir una línea de coherencia, añade el viticultor que el embotellado se realiza “en día flor, porque eso garantiza que el vino se va a expresar mejor. Todo lo que está conectado con la tierra, como ocurre con la vid: tiene una cierta energía y eso no se puede obviar ni dejar de lado”.

Uno podría pasarse toda la vida hablando con Eladio Piñeiro y este autodidacta del vino y genio del marketing seguiría sacando historias de su memoria, como un mago hace con los conejos de su chistera. Ese alma de cuentista anima las etiquetas de las añadas de Envidiacochina en las que un diablo y una mujer aparecen en el cine, bajo el agua… “Somos mi esposa y yo, si te fijas, se trata de dibujos que te van contando un relato determinado que tiene que ver con lo que nos pasa en nuestro día a día”. Efectivamente, el demonio submarinista está hablando de una de sus últimas aventuras, Frore de Carme Pezium, un vino que se pasa 13 meses sumergido en la ría de Arousa, sometido al trajín de las bateas, y que resulta “más fresco y más cremoso” que su versión terrestre. También anda elaborando una versión Millésime Brut Nature de su vino insignia, con “una burbuja muy fina, gastronómica”.
Finalmente, igual que el hombre que un día se acercó a su bodega para agradecerle haberle transportado a su juventud, Eladio Piñeiro también tiene la intención de regresar a otra época: “Antiguamente, cuando los astros conspiraban a favor del vino, nuestros ancestros obtenían vinos espectaculares. Otras veces había que lidiar con algún defecto o con una característica más personal que los convertía en albariños únicos. Mi intención es homenajear a aquellos pioneros, pero con los medios que contamos actualmente. No hay nada más triste que comprobar que todos los vinos en el mercado de una misma denominación de origen saben igual, ¿o no?”.
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