Entrevista: Verónica Ortega, la enóloga del Bierzo libre

La enóloga Verónica Ortega. Foto: Stephen Kidd.
Casta le sobra a Verónica Ortega (Cádiz, 1978), cuyo nombre ya era un adelanto de valentía y, en parte, una premonición. Su presencia en El Bierzo no es casualidad y, aunque echa de menos el mar –y el sur–, siente la patria de la mencía como propia.
¿Qué le sedujo de esta zona?
Soy gaditana de sangre y espíritu, pero esta zona, para quien vive así su profesión, me devuelve con creces lo que dejé atrás.
¿Como por ejemplo?
El clima, la diversidad de suelos, el viñedo viejo, la tradición de sus pueblos arraigada a la tierra… Pero lo que me hizo tenerlo claro fueron sus vinos.
¿En qué sentido?
Me identifiqué con su perfil cuando cataba aquí. Era exactamente lo que tenía en mi cabeza, como el vino que algún día me gustaría elaborar.
Pero antes trabajó con Álvaro Palacios o en Romanée-Conti.
Siento por ellos una gran admiración. Fue un privilegio trabajar con Álvaro, que me enseñó la importancia de cada mínimo detalle.
Y de Conti, ¿con qué se queda?
Con la increíble humildad. Es asombrosa la devoción y respeto que tienen por el terroir. Y fueron extremadamente generosos, me cuidaron como una más de la familia.
Hablando de familia, ¿ve símiles entre el toro y el vino?
Muchos. Reconozco familiar el sentido de la entrega, de la pasión, de la dedicación. Es indispensable que se dé en las dos profesiones.
Ahora, El Bierzo. ¿Y en el futuro?
Algún día me gustaría hacer algo en Jerez, aunque sea una solera, ya de mayor, pero también me encanta Galicia, su gente. Y ese mar que tanto añoro lo encuentro allí.
¿Una uva a la que le tenga ganas?
A la pinot noir, pero de Borgoña.
De vuelta a El Bierzo, ¿qué cree que se ha hecho bien?
Trabajar en la finura, en la identidad, el cambio de embotellar para buscar la longevidad y la calidad y en transmitir el carácter de cada parcela.
Una hija de torero (y de apellido Ortega), ¿tenía que llamarse Verónica?
Absolutamente. Yo tenía que ser “la última Verónica de papá” [risas].
Explicando ROC.
“Fue mi primer vino y el más emocional para mí, el que me trajo aquí. Una mencía seria, pero fresca, elegante, ágil, vivaz. Se trata de un vino con mucha personalidad y finura. Debe su nombre, ROC, a las iniciales de mi hermano Rafael: es un homenaje a su memoria”.

