¡Viva méxico, compadre!

Hablar de tequila es hablar de la historia de los destilados de agave en México. Pero no de una historia más, sino de la original. La Universidad de Harvard asegura en estudios recientes que el primer tequila se elaboró en las montañas, al oeste del país, mucho antes que el mezcal, el sotol y el banacora, sus destilados hermanos. En la sierra de Jalisco, que recorre Puerto Vallarta y Riviera Nayarit, a orillas del Pacífico, hay muchos ranchos y haciendas que, entre otras actividades, ofrecen visitas a plantaciones y destilerías de agave. Solo allí, en los fértiles campos de arcilla roja de los Altos de Jalisco, crece el agave azul tequilana Weber de la mejor calidad. El que utiliza Patrón para elaborar el licor de agave más viejo del que se tiene constancia.
A pesar de su edad, al beberlo resulta suave y dulce, con un excelente equilibrio entre el agave fresco y el roble, y un final floral y de vainilla. En Hacienda Patrón, un mínimo de 60 manos preparan cada botella del que, para muchos, es el mejor tequila del mundo. “Empleamos técnicas tradicionales adaptadas a la tecnología moderna. De esta forma, hemos logrado refinar y perfeccionar el arte de elaborar tequila”, cuenta orgulloso Francisco Alcaraz, el maestro destilador. Desde 1989 el ritual es el mismo, a base de infinita paciencia y pasión de jimado (cosecha del agave), cocción, molienda, fermentación, destilado y añejado en barricas de roble. Alcaraz y su equipo supervisan el proceso de elaboración y aprueban, uno por uno, cada lote de bebida. Luego, el bagazo o residuo sobrante se utiliza para enriquecer el suelo y nutrir a la siguiente generación de agave. Elaboración tradicional y compromiso orgánico para un licor que es puro México.

