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Viaje Gastro: Italia, el sur del sur

Sabor y tradición se reúnen en este recorrido que va más allá de Roma para ver todo lo que ofrece el sur de Italia como destino gastronómico
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El sur de Italia, y en concreto Sicilia, fue el punto de entrada del alimento más emblemático del país: la pasta, que aquí se producía en masa ya en el siglo XII. A partir de entonces, esta soleada Italia meridional fue el terreno fértil en el que crecieron todas las buenas ideas de una cocina simple y sabrosa donde los ecos de la agricultura romana se fundieron con el recetario árabe. Las zonas agrícolas de Campania y Puglia, las montañosas y ganaderas de Basilicata y Calabria y la explosivamente mediterránea Sicilia mezclan en la mesa mar, tierra, huerta y una sabiduría de siglos.

 

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Punta tacón

Campania es pura contradicción, de la abigarrada Nápoles a los acantilados de Amalfi. En Nápoles se inventó la pizza, protegida como Patrimonio de la Humanidad, que hay que acompañar con un ligero tinto Aglianico. En Navidad, la pastiera y los struffoli napolitanos (bolitas de masa fritas) conviven en las mesas con el mustaccioli (galletas de mosto de uva) o los roccocò, las galletas del Real Convento de la Maddalena.

Puglia, en el extremo sureste, es un territorio inadvertido, a excepción de la medieval Bari y sus murallas bizantinas. Aquí, el viajero sibarita encuentra viñedos que producen buena parte del vino nacional, olivares y campos de almendros. Es el territorio del pulpo de Bari y las ostras y almejas del golfo de Tarento. En Navidad aparecen los porciduzzi , unos ñoquis dulces que recuerdan a los struffoli antes citados, la carteddate  de Puglia, una rosa cubierta de azúcar de colores, o los peces de almendra de Lecce.

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De golfos y estrechos

En Basilicata entramos en un territorio marcado por los Apeninos, los grandes lagos y un paisaje ascético que recuerda a la Capadocia. La ciudad de Matera, Patrimonio de la Humanidad gracias a su barrio de Sassi, colgado de un barranco, da la medida de una gastronomía agreste, con elaboraciones de cerdo como jamones, gelatinas o salchichas de hígado, mientras que las pastas se acompañan de contundentes salsas como la guindilla (diavolicchio), o las hieras alla lucana

Calabria, la punta de la bota del mapa, es una tierra escarpada y bella, aromatizada por la bergamota y llena de pequeños pueblos blancos cercados de frutales y olivos, con una costa sólo moderadamente turística. Los sabores aquí son auténticos: la pasta se aliña con peperoncino calabrés (una guindilla picante) o sardella (salsa de sardinas), y hay multitud de platos de pescado. Entre los dulces navideños más genuinos destacan los mustaccioli  de Calabria y la pitta 'mpigliata, una pasta rellena de miel y frutos secos originaria del monasterio de San Giovanni in Fiore.

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Sicilia, en boca, de todo

La última parada es la transparente Sicilia, donde la belleza de lo vetusto se evidencia en ciudades barrocas como Catania, Ragusa o en la medieval Erica. La fogosidad del Stromboli y el Etna dan paso a un bucólico interior. Su cocina es legendaria, mediterránea pura, aromática y a veces recargada, pero con bases tan sencillas como las hierbas, el aceite, los tomates, los quesos, los embutidos y el vino. 

Cuenta con dulces navideños como la rosquilla buccellato y los nucatoli (galletas de almendras, cacao y canela). Pero el rey es el turrón, según explican en la histórica pastelería artesana local Fiasconaro: “Su origen se encuentra en la cultura árabe, que hacía uno crujiente elaborado con miel, azúcar y almendras sin pelar”. La marca, que encierra sus turrones y torroncini (el formato individual) en delicadas cajas metálicas diseñadas por Dolce & Gabbana, detalla también que “el turrón blando es una evolución, un merengue cocido de clara de huevo, miel y azúcar al que, según la tradición siciliana, se le añaden en abundancia almendras tostadas y pistachos y se recubre con chocolate puro o aromatizado”. Dos versiones que están en todas las mesas cuando el año se despide de esta luminosa isla donde la Navidad es luz y dulzura.

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